La igualdad, en sus vertientes económica, social o educativa entre otras, debe entenderse generalmente como una situación ideal o meta a conseguir y no como un requerimiento o condición de justicia de los fenómenos y procesos sociales cotidianos.
El hecho es que en la realidad social nos encontramos con que las personas, grupos y clases sociales parten de diferentes problemáticas propias de modo que tratarlos a todos con igualdad implica finalmente que las diferencias sociales se perpetúan en el tiempo. Es por ello que el concepto de equidad se define y desarrolla como el trato diferencial que hay que otorgar a los diferentes en origen o esencia en base a las necesidades o desventajas de cada uno para que finalmente cada uno de ellos se encuentre en situación de igualdad de oportunidades frente al resto y finalmente se llegue a una situación de igualdad social. Un ejemplo claro es el relativo a los sexos: la equidad en el trato a los sexos en los ámbitos social y laboral exige que las mujeres disfruten de discrminación positiva respecto a los hombres por las desventajas propias del hecho de ser mujer, por ejemplo en relación al hecho de la maternidad o de la diferencia de fuerza física respecto a los hombres.